En un mundo faloidólatra no es raro que por encima, incluso, de la
propia naturaleza, no pocos hombres echen mano de cuanto se les pasa por
delante para aumentarle el tamaño a su mejor amigo.
Aclaro
que ni eso, ni el hecho de que el pene se considere el máximo símbolo de la
masculinidad, es una cosa de ahora.
Los egipcios, por ejemplo,
adoraban al dios Osiris, cuyo símbolo era un falo desproporcionado. Los
griegos, por su parte, se dieron a conocer como adeptos pasionales del culto
fálico, que recrearon hasta en elementos de uso diario. Son famosas las vasijas
de barro, cubiertas de pinturas y de penes erectos frente a los cuales tenían
que inclinarse las bacantes, que eran las adoradoras del dios Baco.
Esa
es apenas una muestra de que a lo largo de la historia el pene –y su tamaño,
por supuesto– ha estado asociado a la fertilidad; es más, no ha perdido su
protagonismo aun cuando desde los romanos está claro que la fecundidad radica
en un aledaño vecino suyo: los
testículos.
Pese
a eso los hombres siguen deseando que su pene tenga un poco más de lo que la
naturaleza les dio. Y la razón se encuentra en los resultados de múltiples
encuestas que demuestran que los señores se sienten francamente incómodos
cuando comparan el suyo con el de otros machos o con el imaginario que tienen
sobre ese tema.
Sin importar qué o cuánto se diga,
siempre habrá hombres dispuestos a someterse a lo que sea con tal de ganar un
centímetro más. En el mercado encuentran cantidad de productos que no dan una garantía
total o permanente, sino soluciones pasajeras que terminan en fraudes
comerciales. El programa ELONGUER XL no
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Príapo,
con su sexo gigante y en erección perpetua, es la alusión romana al pene. Su
imagen es omnipresente, al punto que su forma invadía no solamente el entorno
cotidiano sino que se convirtió en un accesorio de belleza y hasta señal de
orientación. Todo como culto a la fecundidad.
En
la Edad Media surgió la bragueta, pero no como la conocemos hoy. Se trataba de
una tela colorida y rellena con la que se pretendía ocultar el falo, pero que
en realidad daba a entender que esa zona del cuerpo no podía ignorarse.
Durante
las conquistas se encontraron, en distintas regiones de América, hombres
desnudos de algunas comunidades nativas que exhibían sus sexos en reposo
cubiertos con fundas voluminosas, para atraer la mirada. Incluso, dependiendo
de la jerarquía, llegaron a cubrirlos de oro, como en algunas culturas andinas
precolombinas


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